Hoy es el día de los “Locos Unidos”. De Ernesto Ulrich (LU7KT), un jubilado de 71 años que ha tenido que trasladar sus equipos a una casa en Villa Padre Monti, antes de que “la patrona” lo deporte a él mismo junto con esos trastos; es el día de Augusto Parra (LU1KCQ) quien comparte reparte su vida entre la empresa de comunicaciones que conduce, la afición por las tecnologías satelitales y la presidencia del Radio Club Tucumán; y es también el día del veterano Mario Reynoso, (LU1KM) uno de los dos radioaficionados que quedan en Concepción. “Nos podemos pasar una noche entera encerrados en el cuarto, con la sola compañía de nuestros equipos, tratando de comunicarnos aunque sea unos minutos con alguien como nosotros, en algún lugar remoto del mundo. El código internacional de nuestro país es LU, y por eso nosotros decimos que somos los Locos Unidos”, asume Ulrich.
Quizás siempre hayan sido bichos raros, en todas las épocas, estas personas con una extraña pasión por comunicarse con otros a los que probablemente nunca verán en persona. Pero hoy, en los tiempos de internet, de Facebook, de teléfonos celulares y de WhatsApp, probablemente se vea en ellos una manada de “perros verdes” dándole cuerda a un hobby en extinción. Pero ellos se defienden:
-La radioafición ha sido la primera red social de la historia: cuando no existía ni internet ni nada que se le parezca, ya estaban las asociaciones, los clubes de radioaficionados- dice Parra.
-Cuando se caen todos los sistemas de comunicación, cuando no hay luz, ni teléfono, ni internet, en caso de catástrofes, ahí está la radio, lista para servir- argumenta Ulrich.
-A pesar de que los otros sistemas de comunicación interfieran con el nuestro, la radio sigue siendo el método más confiable. Ante una tragedia de gran escala, los radioaficionados aportamos una valiosa ayuda. Esa es la función social de la radio- asesta Reynoso.
Pero no siempre hay tragedias, cataclismos ni terremotos devastadores. Entonces, ¿qué hacen los radioaficionados en los tiempos de tranquilidad, que afortunadamente son los más numerosos? Conversan, encuentran otras agujas como ellos en los pajares del mundo, se desvelan, se “sientan” alrededor de una misma frecuencia en lo que llaman “rondas de café” (todos los días en 7.120 Mhz, de 18 a 0), arman y desarman equipos, prueban antenas, inventan y se sienten felices luego de compartir sus breves pero intensos viajes a través del espectro electromagnético.
Convergencia
Si para algunos las nuevas tecnologías de la comunicación se han convertido en el depredador de los radioaficionados, para ellos, los supuestos depredados, la realidad es totalmente la opuesta: “muy al contrario de lo que se cree, que esta es una actividad vieja, hay muchas posibilidades de expansión a partir de las combinaciones con la computadora e internet”, explica Parra. Entre esas interacciones entre los sistemas, enumera por ejemplo Echolink: el equipo de radio se conecta a una computadora y la red de redes facilita el contacto entre aficionados de todo el mundo. Sin ir demasiado lejos, el Radio Club Tucumán tiene un receptor virtual en el cerro de Medinas, y permite a cualquier persona con internet escuchar las conversaciones de aficionados de todo el mundo. Entonces, una tecnología no come a la otra: la retroalimenta. Pero hay cosas que no se han perdido. Después de lograr “un comunicado” (establecer contacto con alguien de otro lado y, en general, de cuanto más lejos, mejor) que puede durar entre 10 y 15 minutos, unos días después llega el cartero con el verdadero premio: la tarjeta QSL, una suerte de postal que confirma que esa charla entre aficionados ha existido. Ellos las atesoran: como si fuera un filatelista que acumula estampillas de correo, los radioaficionados coleccionan comunicaciones.
“Debo tener unos 210 comunicados en todo el mundo y, de ellos, he recibido tarjetas de 197. Esa es la satisfacción más grande para un radioaficionado que gusta. Uno se comunica con gente de países que ni siquiera sabe que existen. También hay algunos chiflados que viajan a islas desiertas y activan el lugar: se instalan una semana y relatan todo lo que ven”, cuenta Ulrich. Y siempre, pero siempre, hay alguien del otro lado dispuesto a escuchar.
También están los aficionados a los que el mundo les queda chico, y se divierten jugando en el espacio. Es el caso de Parra, fanático de las actividades satelitales: “entre otras cosas, se forman proyectos con el objetivo de contactar, reactivar y reprogramar sondas espaciales que andan perdidas en el espacio. He formado parte de estos grupos, con aficionados de todo el mundo, y hemos logrado reactivar sondas”, relata con orgullo y muestra, a modo de prueba, un certificado se su participación en el ISEE-3 Reboot Project: un programa que en 2014 le devolvió la vida a la sonda ISEE-3, lanzada en 1978, y cuyo contacto se había perdido en 1997.
Ulrich espera toda la semana para instalarse, los fines de semana, en una casa que tiene en Villa Padre Monti, a 50 kilómetros de esta capital. Allí tuvo que mudar, a la fuerza, todos sus equipos. “Es incómodo para la familia que uno se instale largas horas, toda la noche tal vez, a hacer radio. Y bueno... la patrona me ‘invitó’ a llevar todo a la otra casa. A veces vamos juntos, a veces voy solo, sobre todo cuando hay concursos”, comenta. Esas competencias consisten en conseguir la mayor cantidad de comunicaciones posibles y pueden extenderse hasta 24 horas en las que los radioaficionados no se despegan de esos pequeños mundos que han creado, casi siempre en soledad, y de los que ellos son amos y señores.
Hoy es su día y Ernesto, Augusto y Mario, tanto como los otros 400 radioaficionados tucumanos, lo saben. Pero es un día más: ellos, como siempre, se levantarán y, antes de mirar por la ventana, prenderán la radio para escuchar qué se dice en ese universo regido por las leyes de la voz.
Algunas cifras